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sábado, 27 de abril de 2013

Amadito

Nuria Barbosa León, periodista de Granma Internacional y Radio Habana Cuba
La cubana Wilma Laguna Gamboa, tuvo un embarazo feliz pero su parto la llenó de tristeza. Le nació un bebé diferente.

Los especialistas diagnosticaron a su hijo Amado una enfermedad genética nombrada acondroplacia y padecería de enanismo.

El dolor en el pecho de Wilma, nunca ha desaparecido, pero su Amadito creció en igualdad de condiciones que los demás. Fue admitido en la escuela primaria del barrio sin dificultad y cursó la secundaria como cualquier niño cubano.

Incluso, participó de los juegos callejeros, nunca sintió ser motivo de burla, ni sentimiento de rechazo, todo lo contrario, Amadito resultaba ser el eje de unión por su carácter y limpieza en el trato para con los demás.

Los estudios del preuniversitario debió hacerlo, como todos los de su generación en una escuela interna en el campo en el municipio de Batabanó, y allá se fue. Su madre, con gran pesar lo despidió suponiendo que lejos de la casa, el chico no tendría las condiciones de vida propicia y retornaría sin concluir.

Amadito regresó y comentó que al no tener tamaño para alcanzar las duchas buscó su baño en el lavadero del albergue y su cama, en la parte inferior de la litera. Su espacio era el punto de reunión de todos los amigos para las conversaciones en el tiempo libre. Allí había chistes, alegría y mucha solidaridad.

La inteligencia de Amadito lo llevó a ser monitor de las asignaturas de ciencias y con la escasez de maestros, se preparó para impartir clases a los grupos de grados inferiores. Como su estatura no le permitía alcanzar la pizarra, una silla lo ayudaba a superar el obstáculo.

La vocación de Amadito, la medicina. Venció muchos obstáculos ante las autoridades competentes para demostrar, no sólo conocimiento, sino aptitud, voluntad y talento, además de otro rasgo muy propio de él: humanismo desbordado y solidaridad para el necesitado. 

Pronto se graduará en Cuba un médico diferente. ¿Será un récord o un desafío?

sábado, 13 de abril de 2013

Un africano en el Caribe


Por Nuria Barbosa León, periodista de Granma Internacional y Radio Habana Cuba
imageCorre el año 1983, en el aeropuerto de Addis Abbeba, centenares de jóvenes se alistan para partir hacia una Isla del Caribe, llamada Cuba.

Wesen Teka Robid, uno del grupo, siente el momento con un calor sofocante por las altas temperaturas de junio. Con las lágrimas contenidas en los ojos y un ardor en la garganta por tragarse el llanto, despide a sus cuatro hermanos colocados en el lado opuesto del cristal de la aduana. Hijos de una madre consumida por el sufrimiento de enviudar muy joven por la ausencia del esposo, mártir de la guerra de los años 70.

Aún late la partida de Eritrea desplazados por los conflictos bélicos y la llegada al centro educacional en Etiopía para niños huérfanos. Ahí, a la edad de 13 años, Wesen conoce la posibilidad de viajar a Cuba y obtiene la beca por sus resultados académicos, en un grupo de 10 entre más de 500 estudiantes.

Muy pocas pertenencias pudo rescatar de su entorno familiar, una bolsita con dos mudas de ropas que fueron sustituidas en la terminal aérea por una mochila con vestuario y el material de aseo imprescindible para una larga travesía oceánica que culmina en la Isla de la Juventud.

Habituado a comer Engera, elaborado con harina de teff, el solo olor de la comida cubana le provoca nauseas, unido al stress de la adaptación. Sus primeros meses de vida en Cuba los pasa hospitalizado y su cuerpo sólo asimila leche y gaceñiga.

En la etapa inicial, los propios estudiantes etíopes sirven de traductores pero luego, los instructores cubanos introducen hábitos como el uso del cepillo de dientes, la manipulación de los cubiertos, el lavado de las ropas, tender la cama, ordenar la taquilla, limpieza del dormitorio y de las áreas aledañas al centro docente.

Participar en las organizaciones juveniles, dialogar con maestros fuera del aula, asistir a las galas culturales y entregarse al fútbol, le sirven para sentirse apoyado en colectivo y reconocer a los amigos, tanto etíopes como cubanos, como su nueva familia. No puede precisar cuándo el idioma español deja de ser obstáculo en la comunicación.

En fines de semana, los estudiantes visitan Gerona o a la Fe, poblados cercanos al plantel escolar, en vacaciones disfrutan de excursiones a las playas cubanas, centros recreativos, campamentos de pioneros, museos y teatros.

En el año 1988 contrae hepatitis y lo ingresan en el hospital del poblado de la Fe. Un amanecer recibe la novedad de una visita. Desde su ventana ve llegar una caravana de autos y luego descender un grupo de personas vestidas de verdeolivo. De boca en boca corre la noticia: “¡Llegó Fidel!”.

Wesen, recostado en su cama, no advierte la cercanía del Comandante en Jefe y sin embargo, la figura alta y corpulenta, de barba larga y andar rápido viene hasta él. En un gesto noble acaricia la cabeza del muchacho, pregunta por su padecimiento y tratamiento, escucha los monosílabos como respuesta y se aleja.

No hubo tiempo para otro diálogo, el joven africano, hoy graduado de medicina veterinaria, aún no ha podido expresar su agradecimiento a tanto desvelo y desinterés de los cubanos.