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jueves, 30 de mayo de 2013

Daño a la salud

Por Nuria Barbosa León, periodista de Granma Internacional y Radio Habana Cuba

El hábito de fumar desde la adolescencia, la tendencia al alcoholismo y una profesión expuesta a sustancias tóxicas, provocaron una enfermedad en las cuerdas vocales del cubano José Agustín Rodríguez Fernández.

Nacido en el municipio de Perico, en la ciudad de Matanzas, el triunfo de la Revolución lo sorprende con 12 años de edad, un sexto grado concluido y un pueblo donde no existía una secundaria básica para continuar estudios.

Su madre, ama de casa, lo incorpora como ayudante en el garaje de un primo porque el padre trabaja de jornalero, en el central azucarero del territorio, en tiempo de zafra, y en los restantes meses de vendedor en una ferretería. El sustento económico siempre resultó insuficiente para los tres hijos, más el matrimonio.

En el garaje, la actividad de Pepe, como siempre le han llamado cariñosamente, consistía en limpiar, hacer mandados, alcanzar las herramientas a los mecánicos y otras tareas sencillas, pero conoció el oficio de armar y desarmar autos, y le interesó.

Con la instalación de una secundaria básica en su municipio, en los primeros años de la década de los sesenta, concluyó el noveno grado y pidió continuar estudios en La Habana, así matriculó un obrero calificado en la Escuela José Ramón Rodríguez.

La beca lo benefició, supo de la vida en colectividad, adquirió independencia en las decisiones y se esforzó por alcanzar un objetivo profesional, pero no tuvo fuerzas suficientes para negarse a fumar cuando el grupo de amigos lo incitó.

Luego la nicotina le penetró tan profundamente en la sangre que necesitaba más y más de los cigarrillos, hasta llegar a consumir más de dos cajetillas diarias para saciar su ansiedad.

A ello se le unió, el consumo de alcohol, iniciado como algo casual en reuniones de amigos. Con ese desorden personal perdió su vida matrimonial en varias ocasiones y tomó conciencia para abandonar la bebida, no así el cigarro.

Viviendo en el municipio de Centro Habana se jubiló en la profesión cumplido los sesenta años. Nunca dio importancia al grosor de su cuello hasta que una tos persistente en una madrugada y la ronquera constante, lo alarma.

Acudió a la consulta de otorrinolaringología del hospital Hermanos Ameijeiras donde de inmediato le realizaron pruebas muy especializadas como la tomografía axial computarizada, la resonancia magnética y una biopsia.

La espera por los resultados de los exámenes diagnósticos acrecienta los síntomas con una gran falta de aire que no lo deja dormir y hasta le impide comer. La decisión de los médicos fue un ingreso urgente para practicarle una traqueotomía el 5 de octubre del 2011.

Seis días después, Pepe se sometió a una cirugía muy compleja para extirparle los tumores de los ganglios. Ahora vive con un laringectomía total extendida con autotrasplante de glándula paratifoideas y vaciamiento lateral del cuello en ambos lados. Así mejoró en su padecimiento y realiza una vida familiar y social como cualquier otra persona.

En el transcurso de la enfermedad, Pepe se dio cuenta que los médicos no se interesaron por conocer sus recursos económicos, su estatus social, ni su filiación política o religiosa. Sólo una advertencia cuando lo vieron recuperado: “Si vuelves a fumar, no vengas a vernos”.

sábado, 18 de mayo de 2013

La trampa

Nuria Barbosa León, periodista de Granma Internacional y Radio Habana Cuba
Cuando Gladys Rivera Acevedo se presentó en la Escuela Normal para Maestros de Ciudad de la Habana en el año 1957, lejos estaba de imaginar el método para comprar una matrícula a través de los directivos.
Meses antes, ella se preparó en una de las tanta academias de la capital para reforzar los contenidos de Español, Matemática y Ciencias, para luego rendir un examen de oposición.
La cantidad de plazas ofertadas nunca ascendía a más de 150, de ahí la necesidad de alcanzar un buen promedio en las pruebas. Entres sus compañeras de grupo se comentó la posibilidad de obtener la matrícula con el pago de 300 pesos por adelantado, cifra superior a un salario de los más altos en aquel momento.
El día de los exámenes debió llenar una planilla con sus datos generales para incluirlos en un sobre junto a la prueba realizada, a su vista se sellaba y se asignaba un número que debía recordar. Estaba prohibido reclamar la puntuación o pedir una revisión.
Su padre, maestro de profesión, se acercó al profesor Iglesias que con toda honestidad le dijo que no intervendría en la calificación, ni en los resultados obtenidos, sólo se ofrecía para custodiar la prueba.
En un primer momento, Gladys no entendió la necesidad de una custodia si los sobres fueron cerrados delante de cada alumno.
Al leer los listados, publicados en unos de los periódicos de la época, vio nombres de muchachas conocidas por ella, compañeras de grupos en niveles anteriores y con bajos rendimientos académicos. Sin embargo aparecieron en los primeros lugares en el escalafón general del otorgamiento.
Gladys clasificó aunque en los últimos lugares, sabía que lo importante luego de alcanzar la matrícula sería seguir estudiando mucho, hasta graduarse.
Conoció la trampa. En el momento de calificar, las pruebas de mejores resultados eran cambiadas de sobre y así se garantizaba que quienes pagaran obtuvieran las plazas.
El fraude consistió en el robo de las calificaciones.