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viernes, 27 de diciembre de 2013

El Negro

por Nuria Barbosa León
Conrado Pérez Almaguer supo desde muy niño que la palabra “negro” significa desprecio, odio y humillación, y que el color de la piel mide diferencias con otras personas.
Nació en la década del 40 en el campo, en un batey azucarero cerca de la ciudad de Puerto Padre, municipio de la actual provincia oriental de Las Tunas, descendiente de un matrimonio con ocho hijos. Para ellos la comida era un lujo y el único alimento posible, extraer guarapo con las muelas.
Conrado y sus hermanos aprendieron los secretos del cañaveral antes de hablar. Sus pequeños brazos amontonaban la caña y la lanzaban a las carretas para contribuir a que la paga del padre rindiera para un plato de harina de maíz en las noches oscuras, acompañados de mosquitos y con la brisa del aire como música.
Su casa, asentada en el camino se hizo como vivienda improvisada porque el dueño de la tierra preveía un futuro desalojo cuando la familia no sirviera para el trabajo. No permitió nunca la siembra de otro tipo de cultivo que no fuera la caña, ni la cría de animales. En tiempo muerto de zafra, el hambre rugía, los ojos enrojecían y en el cuerpo esquelético de los muchachos prendía la fiebre.
Y aunque en tiempo de molienda, aparecían esperanzas en la familia para una vida mejor, estaban condenados al pago del colono a través del bono de hasta tres pesos con el que podían adquirir los productos en la bodega, propiedad del propio dueño y conformarse con las escasas mercancías ofertadas.
Allí, los vecinos: Benjamín Mayo impedía que en su finca sin cultivos fueran tomadas las ramas secas para convertirlas en leña para el fogón, y Amado Manresa se creyera el dueño del agua prohibiendo el acceso al único pozo de la zona. Pero además, Conrado y su familia, sufrían el desprecio por ser negros. Los llamaban los “negritos”.
La palabra “cambio” se convirtió en la fuerza para acompañar a los barbudos de la Sierra Maestra a través de las noticias escuchadas por boca de alguien. Cuenta Conrado que se aferró al 1ro de enero de 1959 para nunca más triturar caña con los dientes.
Hoy vive en el poblado tunero de Vázquez, labora en una cooperativa agropecuaria, cosecha caña y produce sus propios alimentos. A nadie le importa el color de su piel y lo destacan como buen trabajador. Lo admiran por sus aportes productivos y su familia es valorada porque cuando empieza la zafra, todos se meten en el cañaveral.
Su casa de mampostería la construyó el Ministerio del Azúcar como a los demás trabajadores del lugar. Sus cinco hijos, junto a los otros chicos del pueblo, estudiaron lo que han querido y hasta donde han querido. Lamenta que sólo uno haya quedado en las tierras para cultivarlas.
Ya no siente pavor cuando lo llaman “Negro”.

lunes, 16 de diciembre de 2013

La invasión

Nuria Barbosa León
Por su historial dentro de las filas del Ejército Rebelde, una de las tareas asumidas por Bernarda Salabarría Abraham al triunfo de la Revolución cubana en 1959, consistió en integrar la Sección Técnica de la Comisión Nacional de Alfabetización, encargada de la organización, coordinación y desempeño de enseñar a leer y escribir a cuanto iletrado existía en ese momento.

Toda Cuba se movilizó para alfabetizar, adolescentes y jóvenes, ávidos de integrarse a un proceso de cambio y sintiendo una deuda de participación en un proyecto social diferente, tomaron la tarea con un entusiasmo desbordado, subordinando proyectos familiares a una meta colectiva.

La invasión mercenaria por Playa Girón pudo concluir con el noble propósito de acabar con el analfabetismo de más de 32 mil 849 personas y ante el preámbulo de una guerra imperialista Bernarda fue llamada a cuidar la vida de los alfabetizadores que recibían preparación en el balneario de Varadero.

En esos días de abril, su embarazo casi rondaba los nueve meses, días antes su esposo no tuvo tiempo para despedirse de la familia y partir hacia la línea de combate. Una despedida de pocas palabras ofreció Bernarda a sus padres que quedaron en casa con el temor de no volver a ver a su hija y de perder el nieto ansiado.

Al llegar a los albergues de Varaderos, antiguas casas de veraneo de la burguesía cubana, Bernarda vio rostros de muchachos felices que no lo amedrentaban los partes de guerra, decididos a continuar con la campaña.

Organizados en grupos, los jóvenes se reunieron con la jefatura para pedir armas y defender el suelo patrio. Costó mucho convencerlos de no participar en esa epopeya. Hubo que apelar a sus inexperiencias como soldados y al deber de alfabetizar como principal tarea del momento.

Muchos padres, llegaron a la playa para convencer a sus hijos de regresar a casa ante la inminencia de una guerra. Recuerda a una madre que muy preocupada se le acercó, con lágrimas en los ojos, invocando el embarazo y el nacimiento del futuro hijo de Bernarda.

--Mi hijo persiste en quedarse, sólo usted lo puede convencer -explicó la mujer con dolor en sus palabras

Bernarda resuelta respondió:

--Si yo fuera la madre de ese joven, estaría muy orgullosa, demuestra ser un ALFABETIZADOR.